lunes, 5 de marzo de 2018

Como liarla parda en la primera visita al oftalmológo

Hace unos meses nos comentaron que deberíamos hacerles una revisión anual a los niños desde los tres años, y pensé ¡pues ya llegamos tarde!

A unos meses de cumplir los 4 pedí cita con un oftalmólogo que le hizo varias pruebas, primero le miró con una máquina, pero #Gusanito no paraba quieto y no se dejaba hacer bien “la foto” del ojo, después tenía que decirle con un ojo tapado que figura veía en un cartel (como nuestras letras pero en feo). Empezó bien pero se cansó enseguida y empezó a decir tonterías.


Salimos de la consulta con una receta para ponerle gafas y la sensación de que no le había hecho ninguna prueba bien. Vamos que la revisión a pocos meses de cumplir los 4 fue un fracaso.

Con esa sensación se lo pregunte a su pediatra y le enseñe el informe que nos había dado el oftalmólogo. Ella me dijo que por lo menos en la seguridad social no se hacían revisiones antes de los 4 por la poca cooperación del niño. Pero que para quedarnos más tranquilos todos, nos mandaba al especialista.

Justo a las pocas semanas teníamos la revisión del niño sano y la enfermera también se quedó con un sabor agridulce de no saber si no cooperaba o realmente no veía bien.

El jueves 15 finalmente tuvimos la revisión con el especialista de la seguridad social. Nos fuimos los tres solos en autobús, #Bizcochilla en la mochila y #Gusanito un poco nervioso, porque su última visita al médico fue para las vacunas de los 4 años, yo le prometí que esta vez no le iban a pinchar. ¡Con lo guapa que estoy calladita!

Antes de ir, y con la experiencia anterior me había informado de que le iban a hacer, para ir preparándole. Solo iban a mírale la agudeza visual y la graduación con una técnica llamada esquiascópia, con gotas ciclopléjicas. No parecía demasiado complicado.

Llegamos antes de tiempo pero no había casi nadie y nos atendió la enfermera enseguida, una señora mayor (del pleistoceno) que no tenía ni idea de cómo tratar a un niño tan pequeño. Le sentó en un taburete y quería que apoyara la cabeza en una máquina que le llegaba por la frente. Con #Bizcochilla en la mochila y mi libertad de movimiento reducida, le ayudé a ponerse de rodillas, para apoyar la barbilla y la frente en la máquina, pero el peque andaba algo nervioso y no paraba quieto en un taburete redondo que se giraba fácilmente. La enfermera cada vez se enfadaba más y le hablaba peor, y cuanto peor le hablaba ella, #Gusanito más la desafiaba hasta que en un descuido ¡le apago la máquina!


Después le puso en una pared a identificar dibujos con un ojo tapado. Reconozco que eran menos feos, pero a mi parecer igual de complicados (había un pájaro que yo tuve que mirar varias veces para saber que era). Gusanito empezó a responder con su “no lo sé, es muy difícil”. “¿Pero lo ves? Cariño”, “Si pero es muy difícil mama”. Nos mandaron de nuevo a la sala de espera a que nos llamara el médico.


No tuvimos que esperar mucho para entrar en la consulta  y menuda diferencia, la oftalmóloga le conquistó en seguida, vio el informe de la enfermera y se enfadó bastante porque consideraba que los resultados no eran reales y las pruebas estaban mal hechas. Se las repitió ella misma con mucha dulzura y ayudando a #Gusanito en todo momento, dándole tiempo para calmarse y haciéndole reír. Después le puso unas gafas con cristales y tapándole un ojo le hizo responder pero cambió el panel de los dibujos por unas cajitas abiertas, ¡mucho más fácil decir si la caja está abierta hacia arriba hacia abajo!… finalmente le echo unas gotas para dilatar la pupila y nos pidió que esperáramos fuera. En 10 minutos tenía que echarle yo otra gota y en media hora le volvería a ver con la pupila dilatada.

El caso es que en la sala de espera el niño empezó a ponerse más irritable que de costumbre quejándose que le dolían los brazos. Con ayuda de un señor que estaba en la sala de espera conseguí echarle las gotas.
Justo después de echarle la primera gota me di cuenta de que #Gusanito tenía una roncha enorme en el brazo, lo primero que pensé fue en una picadura, luche con él para echarle la segunda gota. Y se puso mucho peor.


Justo en ese momento apareció la #pleistoenfermera a regañar a #Gusanito porque le habían “echado la bronca por su culpa”. Y venia toda decidida a gritarle a un niño de 4 años porque ella no sabía hacer su trabajo. Pero no la deje ni empezar y le enseñé las ronchas cada vez más grandes y por más sitios. Su primera reacción fue decirme que me llevara al niño corriendo a urgencias que era meningitis, y que me apartara de él (recordad que tenía a #bizcochilla en la mochila) porque se lo iba a pegar a la niña, y con pocos meses ¡suponía la muerte!! Así del tirón y sin respirar. Menos mal que había salido la oftalmóloga a llamar al siguiente y la escuchó.

Se acercó corriendo a ver al niño, y nos metió en la sala (pidiendo que esperaran fuera a los que acababan de entrar). Casi sin darnos cuenta, nos encontramos rodeados de unos 5 médicos y 6 enfermeras y #Gusanito desnudo en la camilla, cada vez más hinchado. Les oíamos nerviosos, llamando por teléfono pidiendo asistencia de urgencias pediátricas. Y claro #Gusanito cada vez más asustado. Terminaron poniéndole urbasón y nos dejaron en una sala esperando a ver si bajaba la reacción.

Cuando la reacción bajó, la oftalmóloga nos dijo que ya que tenía los ojos dilatados, lo suyo sería hacerle ya la prueba que le quedaba y así no teníamos que volver otro día y pasar por todo otra vez. #Gusanito seguía muy nervioso y dolorido, no paraba de llorar y ya no se fiaba de nadie, solo quería que yo le abrazara así que iba con #Bizcochilla en la mochila y con él en brazos de lado (un cuadro).

Y la #pleistoenfermera que empieza a decirle al niño que mejor que se vaya a casa, que así no le puede mirar, que ya le han reñido una vez por su culpa y que ya ha tenido bastante por hoy. Ahí ya me plante y le dije que me dejara hablar a mí con mi hijo tranquila y que esa era una decisión que teníamos que tomar nosotros y no ella.

Le senté en la silla y me puse de rodillas enfrente de él para que me mirara a los ojos. Le pedí que dejara de llorar con cariño para que pudiera hablar conmigo y espere a que se calmara. Le explique la situación, despacio y de forma sencilla para que el pudiera entenderlo y decidir. “Cariño la prueba que falta es solo la foto del ojo en la máquina de antes, ¿te acuerdas como ha sido? ¿A que no dolía?” “Si tenemos que volver otro día te tienen que volver a echar gotas en los ojos, y te va a volver a escocer otra vez” “No cariño, no creo que te tengan que volver a pinchar, porque supongo que te pondrán otras gotas diferentes, pero escuecen todas igual” “¿Qué quieres hacer? ¿Nos vamos y volvemos otro día y te lo repiten todo? ¿O entramos a hacerte la foto y terminamos lo que hemos empezado?” ‘Entramos mamá, me hago la foto y nos vamos a casa ¿vale?’

#Gusanito, entro se dejó hacer las pruebas tranquilo, sin moverse. Y la #pleistoenfermera que salta, si lo que le pasaba antes al niño era ¡que le dolía! Por eso no se dejaba el niño. Yo con los ojos como platos y sus compañeras pitorreándose de ella, “Claro porque ya le picaba antes de ponerle las gotas al pobre, como era meningitis…”


Salimos de allí después de horas, agotados, con un volante para ponerle las gafas, otro para urgencias para controlar que la reacción alérgica no tuviera réplicas y otro para su pediatra para que le hicieran las pruebas de la alergia. Pero esto os lo cuento otro día porque también “tiene tela” como dice #Gusanito.

2 comentarios:

  1. Malditas #pleistoenfermeras. A mi hijo tuvimos que operarle con 20 meses y por culpa de ese tipo de actitudes ahora se pone a llorar aunque solo vayamos al médico a pedir cita.

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  2. Esas enfermeras del pleistoceno deben ser patrimonio del oculista patrio. A mí me pusieron gafas con seis años, en los 70, fallé la revisión del colegio y me mandaron al oculista. El oculista era un señor bastante mayor y la enfermera era su mujer, una dominatrix total. Su marido me fue mirando con esas gafas donde iba metiendo diferentes cristales redondos y cuando terminó con la exploración se puso a escribir en su mesa y le dijo a la enfermera, "derecho". Yo ya me había bajado de la silla y la tía me coge, me vuelve a sentar y me plantó un parche de esos color carne en el ojo derecho, el que veía bien y como intenté resistirme y le dije no veo, me contestó pues menos vas a ver si no te lo pones, ciega te vas a quedar, y la tía tan campante mientras yo lloraba y mi madre casi. Total, que salí de la consulta con el ojo ya tapado y sin gafas, claro, porque había que encargarlas y esperar a que las hicieran. Encima el oculista le dijo a mi madre que el parche desde ya mismo y sólo quitarlo para dormir y ella le hizo caso al pie de la letra. Tenía creo que 4 dioptrías de miopía en el ojo vago y astigmatismo y las gafas tardaron una eternidad (o a mí me lo pareció) y yo con el ojo bueno tapado iba literalmente chocándome por las esquinas, en el patio del colegio andaba pegada a la pared y no me atrevía a quitármelo por si me quedaba ciega como decía la enfermera. Y cuando llegaron por fin las gafas eran horrorosas, enormes, de pasta marrón y el cristal del ojo vago de culo de vaso, pero me puse tan contenta de poder ver algo que ni me importó estar fea.

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